Historia

“El Paso” del Viernes Santo por la mañana, antes de la guerra civil. En el plano inferior los romanos impiden la marcha de las imágenes hacia Jesús.

Los orígenes de la Semana Santa almuñequera se remontan, lógicamente, a los siglos XVI y XVII, en su forma corporativa y de representación, lo que no impide asegurar que, desde los mismos comienzos en que se llamaron cristianos sus habitantes, éstos vivieran los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús, con símbolos o sin ellos, dada la personalidad profundamente religiosa de los hombres y mujeres de esta tierra.

En un principio los fieles se agrupan en torno a un Cristo Crucificado, con cuya única imagen recorren el pueblo reviviendo cada una de las estaciones del Vía Crucis.

Para aquellos almuñequeros de sencillez elemental y corazón limpio no eran necesarios el boato y la magnificencia de los pasos procesionales que después embellecerían nuestras calles.

Pero aquella vivencia humilde, repetida cada año, con el Cristo elevado hacia las estrellas, brillando sus heridas de amor en el reflejo del azul eterno de estos cielos, no fue en vano.

Desde allí arranca todo cuanto haya podido hacerse después.

Aquellos hombres, unánimes en su dolor por la Pasión de Cristo, son los artífices de la actual Semana Santa. Los que hoy organizan, promueven, luchan y consiguen imágenes y tronos de excepcional belleza han tomado en sus manos el testigo de sus antepasados, que amaban mucho el dolor de Dios pero no disponían de medios materiales para expresarlo.

Posteriormente, junto a la imagen del Crucificado se incorporó la de María en su advocación de Madre Dolorosa, consuelo cercano siempre para el dolor del Hijo.

A principios de este siglo se va perfilando corporativamente la organización de los desfiles procesionales; grupos de personas de toda índole y condición, unidos todos por la idea común de enaltecer esta liturgia, se aplican a la tarea ilusionada de conseguir una Semana Santa que pueda mantenerse, año tras año, con personalidad propia. Constituían lo que se llamó durante muchos años la “Hermandad”.

Ésta, con los altibajos propios de toda obra humana, funcionó hasta los años 50. Pero antes ocurrió algo ilógico e irracional como fue la quema de imágenes, a raíz de la guerra civil del 36.

Se impone una mínima reflexión al respecto y como consecuencia surge la convicción íntima de la necesidad de perdón para todos. Para los que, premeditada o inconscientemente, dieron lugar a que se alimentara tanto odio escondido que, al manifestarse, produjo aquellas  salvajadas sin nombre, y, de igual manera, perdón para los autores de aquella gran pira levantada en el Paseo de San Cristóbal en la que ardieron ornamentos e imágenes, dejando huérfano al templo parroquial y arrasados sus altares.

Desfie procesional de la Virgen de los Dolores, en los años 40.

Homenaje que le dedicó la Agrupación de Cofradías a D. Eduardo Casillas Soto en el año 1959, por la labor desempeñada en pro de la Semana Santa.

La Semana Santa supone que los actos de fe y esperanza deben conducir a positivos actos de caridad, es decir, de amor verdadero, en un compromiso que empieza con Dios para terminar en el hombre, no en un hombre abstracto, sin rostro, sino en aquellos próximos, con nombres y apellidos, que tantas veces nos necesitan.

El grupo de hombres de buena voluntad que se integraba en la “Hermandad” estaba dirigido por don Eduardo Casillas Polo, hombre sencillo del pueblo, pero, evocándolo, aparece como un aristócrata del amor a Dios en sus hermanos y en aquella ilusión que abarcó, enteramente,  su vida: la Semana Santa.

Los desfiles procesionales sólo tenían lugar el Jueves y Viernes Santos, con las imágenes de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Nuestra Señora de los Dolores, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, constituyendo, entre todas, un solo paso. El Viernes Santo se sustituía la imagen de Nuestro Padre Jesús por el Santo Sepulcro.

Magnífico primer plano que transmite resignación, entereza y superación del dolor… Parece querer decir: ¡Tened fe, jamás la perdáis!

No obstante la humildad de las procesiones, era precisa una colecta pública que encabezaba el señor Casillas, visitando instituciones, comercios y hogares de Almuñécar.

Los tronos iban portados por horquilleros, personas cercanas y simpatizantes de la Semana Santa, al no existir costaleros ni penitentes. Tras la guerra civil hubo de crearse una comisión que gestionara la adquisición de nuevas imágenes, comisión en la que no podía faltar don Eduardo Casillas, alma de todo movimiento en favor de la Semana Santa.

La realización de las imágenes estuvo a cargo del prestigioso escultor granadino don Domingo Sánchez Mesa.

El 20 de enero de 1956 se constituye la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Almuñécar, extinguiéndose la denominada “Hermandad” e integrándose los miembros de ésta en la recién creada agrupación, siendo elegido albacea general de la misma don Eduardo Casillas Polo, que mantuvo la antorcha de sus inquietudes hasta el final de sus días.

A partir de esta fecha van surgiendo las distintas cofradías, siendo la primera de ellas San Juan Evangelista.

Todos los presidentes de la agrupación se caracterizaron por su entrega y preocupación constante y, junto al señor Casillas, es de justicia anotar los nombres de don Antonio Contreras Merino, don Manuel Cabello Rivas y don Rafael Banderas Gallego.

D. Rafael Banderas Gallego, malagueño de nacimiento y almuñequero de adopción. Fundador y Hermano Mayor de la Cofradía de la Virgen de los Dolores y primer Presidente de la Agrupación de Cofradías.

A partir de la creación de la Agrupación de Cofradías, los desfiles procesionales adquirieron  gran brillantez, pero con el transcurso del tiempo se fue deteriorando el espíritu que siempre había sido garantía de permanencia y éxito de tan bella y entrañable liturgia. De existir  razones o motivos específicos que justificaran el abandono general, tampoco sería oportuno hacer una relación aquí.

Cofradía de San Juan Evangelista en la Semana Santa de 1968.

Así las cosas, en 1972 tiene lugar una reunión en el Ayuntamiento a la que asisten, a petición expresa del alcalde, don José Antonio Bustos Fernández, los hermanos mayores de todas las cofradías existentes. Había cundido el rumor de que ese año no habría procesiones.

Tras un amplio cambio de impresiones y conocidos los obstáculos y dificultades, el alcalde brindó su apoyo incondicional.

Tuvo lugar una renovación de los cargos directivos de la Agrupación de Cofradías, cuya presidencia recayó e n la persona de don Antonio Díaz Aragón, hombre dinámico y emprendedor, que reunía, además, la garantía de su juventud, igual que el resto de los componentes.

El nuevo equipo se impuso como objetivo inmediato conseguir que las cofradías fueran instrumento vivo que transformara la Semana Santa por el amor popular, no de un grupo sino de todo el pueblo, y que en esa época del año Almuñécar vibrase unánimemente, evocando con piedad profundamente seria el doloroso misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, evitando lo que pudiera significar espectáculo y erradicando el peculiar bullicio que, a veces, se confunde con la chabacanería.

Los estandartes de las cofradías adornan el salón donde cada año se celebra el ansiado pregón.

De casi milagroso pudo calificarse el resurgir de nuestra Semana Santa, cuando negros agoreros le presagiaban oscuros destinos. Pero la labor continuada y callada de los fieles cofrades fue levadura que fermentó en nuestros espíritus hasta inundar nuestras calles y plazas, hogares y corazones, consiguiendo que todo un pueblo, sin distinción de clases ni ideas, diera vida al drama del Gólgota.

Cuando por las calles admiramos los prodigios de arte que son nuestros pasos y posamos los ojos, con emoción contenida, en esas dramáticas y majestuosas imágenes, un escalofrío recorre nuestro ser y una oración surge del alma.

Pero tras ese impresionante cortejo procesional hay mil detall.es dispuestos con amor y desinterés por esos cofrades que, durante todo el año, trabajan sin desmayo en una entrega constante de ilusión. Es ésa la expresión de fe de un pueblo que no tiene miedo ni reparos en exteriorizar sus sentimientos religiosos.

Porque a Dios se le reza y ama de muy diversos modos, y eso lo saben bien los cofrades, cuya actividad es realizada, con frecuencia, ante la apatía, la indiferencia o la crítica.

Subida del Santísimo Cristo de la Expiración al casco antiguo de la ciudad, El Castillo. Un trono mayor no cabría por esas angostas y tortuosas calles que recuerdan El Albaicín granadino.